CÓMO EMPEZÓ TODO
Cuando probé mi primera clase de Yoga estaba estudiando unas oposiciones de Magisterio Infantil. Eran horas y horas sentada, estudiando, adoptando malas posturas y el dolor de espalda era horroroso. No había nada que me lo quitase ni calmase. Mi hermano llevaba un tiempo practicando yoga, él es triatleta y le venía genial para estirar. Así que me propuso ir un día con él a una clase, para probar y ver que tal. Accedí, sin saber muy bien dónde me metía ni de que iba realmente esto del yoga.
En mi primera clase iba perdidísima, miraba al de al lado, al de enfrente y hacía lo que podía. Pero me gustó y seguí con las clases. Al poco tiempo vi como mi malestar y mis dolores de espalda iban disminuyendo, y lo mejor de todo, empecé a engancharme al yoga.
Para mi fue un gran descubrimiento. Era mi vía de escape durante el estudio, era el momento de conectar conmigo misma. Trasladé el yoga fuera del centro y empecé también a practicar en casa. Y poco a poco el yoga se ha convertido en una parte imprescindible de mi vida